Viví por más de 30 años en Ciudad de México, sólo había estado en algunas ciudades del país y el extranjero por trabajo o vacaciones. No había tenido tenido la experiencia de realmente vivir en otro país. Una de mis hermanas, Rosa, me inspiró a viajar más allá de mi país. Y de adolescente estuve en un grupo tipo “boy scouts”, donde un par de veces me fui de campamento y percibí lo que era estar en contacto con la naturaleza.
Ambas cosas se sembraron en mí y comenzaron a germinar cuando estuve en contacto con viajeros de diferentes países, principalmente europeos. Mientras yo viajaba como mochilera, en las pocas vacaciones que tenía, iba conociendo gente con la que platicaba en los hostales de Oaxaca, Chiapas y Yucatán, que me inspiraban a conocer sus países, y me contaban sus historias de viajeros. ¡Me parecían increíbles sus anécdotas!
En algún momento de mi vida tuve la oportunidad de viajar como pasajera en una moto KLR 360, por unos días en Guatemala, por la hermosa ciudad de Antigua y hacia el Lago Atitlán. Ahí quedé f-a-s-c-i-n-a-d-a por la libertad e independencia que daba la moto; y el sonido taca-taca del motor todavía resuena en mi cabeza como el sonido de arranque a la aventura.
Con eso, primero aprendí a andar en bicicleta, luego tomé un curso para manejar una moto pequeña y manual de 150cc. Y después de un par de años renuncié a mi trabajo, vendí mi carro, ropa, y me lancé a la aventura de viajar sola por Europa en una moto Suzuki Marauder de 250cc, y por Asia en una Honda de 110cc.
En ese viaje, conocí al amor de mi vida Maurice. Nos conocimos en Bélgica, nos reencontramos y enamoramos en Croacia, pusimos a prueba nuestro amor en Vietnam y ahora vivimos en Alemania; específicamente en Berlín de donde él es nativo.